Venia Docendi
Podríamos definir la Venia Docendi como el reconocimiento hacia una persona de su capacidad de transmitir el conocimiento, Cuando con trece años mis padres me regalaron mi primera guitarra, no podía sospechar las consecuencias que aquel regalo tendría con el paso de los años. Al poco tiempo un buen amigo con el que solía tocar y cantar en las hogueras veraniegas trajo a mi casa un cinta (por entonces el CD no existía) de un tal Silvio Rodríguez y me dijo: escucha esto. Tengo que confesar que la primera vez me resultó una voz extraña, aguda en exceso, pero que tenía algo que me incitaba a volver a escucharla. Cuando por segunda vez sonó Óleo de mujer con sombrero algo surgió que ya nunca se apartaría de mí. Y vinieron Pablo Milanés, Luis Eduardo Aute, Joan Baptista Humet, Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Hilario Camacho, Luis Pastor, Vicente Feliú, José Luis Pareja, Violeta Parra, Víctor Jara, Manifiesto Canción del Sur (Juan de Loxa, Antonio Mata, Enrique Moratalla, Nande Ferrer, Esteban Valdivieso, Carlos Cano...), y un largo etcétera. Con el tiempo pasaron de ser ídolos a referentes, y más tarde de referentes a maestros y hoy, muchos de ellos, a ser compañeros y más que amigos. Mi forma de devolverles todo lo aprendido es a través de este homenaje hecho canción, con la que les reconozco la Venia Docendi hacia mí. Esta canción es fruto de muchas de sus canciones. Va por ellos.
Mis maestros son aquellos
que incendiaron la palabra
defendiendo la pasión.
Esos que ya navegaron entre
vientos de esperanza
que de cerca y en silencio
iban declarando amor.
A mis maestros les bastan
tres segundos de ternura
para invocar la locura
de crear una canción.
Hacen pactos con las nubes
bajan estrellas azules
y comprometen su voz.
Muchas veces mis maestros
han querido no ser hombres
por no mancillar el nombre,
el respeto y el honor
de lo que es ser un cantor.
Mis maestros son aquellos
que burlaron el futuro
y me hicieron entender
que antes que nada hay que vivir.
Esos que se empecinaron
en hacer la coherencia
una forma de existencia
aunque suponga morir.
Mis maestros me enseñaron
a luchar guitarra en mano
a no andar arrodillado
a no decir siempre sí.
Todos ellos son gigantes,
algunos ya son eternos
pero siguen cada invierno
perfumando amaneceres.
Fueron abriendo camino
fueron conciencia del pueblo
fueron guerra y paz a un tiempo
y ahora son lo que respiro
son parte de mi verdad.
Mis maestros son del sueño,
del espacio inmensurable,
son, pero no son de nadie
sólo de la libertad.
Mis maestros son aquellos
que cargan toda la vida
disparando poesía
matando la sinrazón.
Son aquellos que a pesar
del tiempo creen en la utopía
y en la dulce alevosía
de un beso que no tiene perdón.
Me mostraron que al volver del mar
no habrá desesperanza
que tras la noche más larga
siempre se despierta el alba.
Y hay que cantar,
cantar como quien respira,
que a cada nota perdida
morimos un poco más.
Mis maestros son de abajo,
son del barro y de la tierra,
del fruto, de la cosecha,
de no echar el paso atrás.
De subir la dura cuesta
que parte de la miseria,
de saber de dónde vienen
sin saber a dónde van.
De noches entre paréntesis,
de reunirse con el frío
y arroparse en el calor
del breve espacio en que no estás.
Y hay que cantar,
cantar como quien respira,
que a cada nota perdida…
Hay que cantar,
cantar como quien respira,
que a cada nota perdida
nos falta nuestra verdad.